Los procesos urbanísticos después de la modernidad han sido implacables.
En apenas una generación, una forma de vida milenaria ha sucumbido ante el progreso y las expectativas de una existencia aparentemente más cómoda.
El Racionalismo, ya plenamente consolidado en los años 30 del pasado siglo XX, organiza definitivamente nuestra vida en las grandes urbes.
Es el paradigma aceptado por todos, de cómo debe ser la convivencia masiva de los seres humanos entorno a una logística muy sofisticada de funcionamiento, vinculada a la ciencia y a uno de sus vástagos predilectos. La industria.
Todo el importante desarrollo económico y social que supuso la Revolución Industrial durante el último tercio del siglo XIX cristaliza en el Racionalismo, como resultado definitivo del bienestar moderno y eficaz.
Muchas ciudades históricas han sufrido la deriva de la adaptación a esta nueva vida.
A penas ha habido tiempo de mirar atrás, hemos asistido a la transformación profunda de nuestros pueblos y ciudades sin darnos cuenta.
Un proceso irreversible.
La era industrial supuso un gran avance. Ya los ilustrados del siglo XVIII, predecían una nueva vida mejor. Sus importantes y concienzudos estudios científicos desembocaron en las maquinas.
Aún hoy en día nos produce fascinación ver las imágenes del Crystal Palace del Joseph Paxton, edificado en Hyde Park en 1.851, para la primera Exposición Universal de la historia.
O la impresionante Galerie des Machines de Dutert para la exposición universal de París del año 1889. Cuyo fabuloso continente albergaba un no menos interesante contenido.
Todo tipo de maquinaria de última generación se podía apreciar perfectamente gracias a otro gran avance del progreso.
La bombilla incandescente iluminada por la electricidad.
Eran los tiempos en que al Ingeniería, la Arquitectura y las Bellas Artes aún eran casi una sola cosa.
No es difícil entender que se trataba de un camino sin retorno.
Aún estaban en el recuerdo colectivo muchas de las dificultades de la forma de vida ancestral heredada, especialmente intensas en el medio rural, cuya población ya había colonizado las ciudades.
La producción industrial garantiza la abundancia sistemática de cualquier producto, todo es posible en la cantidad que se quiera.
La mecanización alcanza a todos los productos de la vida cotidiana, incluso inventa muchos más.
Ha llegado la vanguardia. La tradición queda atrás para dar lugar a lo nuevo.
El Art Nouveau es en definitiva un intento, lleno de una enorme ingenuidad, de aplicar el arte a la producción industrial.
El Art Nouveau es en definitiva un intento, lleno de una enorme ingenuidad, de aplicar el arte a la producción industrial.
Aun hoy en día, después de casi cien años de convivir con el racionalismo, seguimos refiriéndonos a él como Moderno.
En la actualidad nuestra dependencia de las maquinas no solo se mantiene, sino que ha aumentado de forma considerable. Ya no podemos concebir nuestra vida sin un ordenador o un teléfono móvil.
Parece que la ciencia redime al hombre.
Es algo admitido que los grandes avances científicos, muchos de los cuales paradójicamente surgen después de los grandes enfrentamientos bélicos, han procurado un bienestar y una calidad de vida sin precedentes, desde la salud a la alimentación y las comunicaciones.
Cualquier persona contemporánea con un simple terminal de un teléfono móvil puede tener el mundo en sus manos.
Toda nuestra forma de vida repercute directamente en las ciudades que habitamos, se reforman, adaptan y construyen según nuestras necesidades.
Las viejas ciudades se trasformaron a ritmos de vértigo, casi todo era posible.
Muchos de los emblemas urbanísticos de las grandes ciudades del viejo y del nuevo continente desaparecieron sin ninguna clase de conciencia.
Una adaptación frenética a lo moderno que no respeto ni siquiera los viejos cascos históricos, muchos de los cuales aún desprovistos de sus murallas y de sus recintos, aun conservaban una buena parte de su esencia.
El movimiento racionalista por excelencia fue La Bauhaus, nacido al principio de los años 20 en la interesante ciudad de Weimar en Alemania, desde la vanguardia y el más puro idealismo social, pudiendo definir a esta organización como la cuna del racionalismo.
Acabo sucumbiendo unos doce años después de su nacimiento, por resultar incomoda a las doctrinas de la contradictoria política del movimiento Nacional Socialista.
Es posible que la cierta soberbia intelectual que dejo atrás la continuidad histórica de los pueblos, tuviera consecuencias catastróficas para la humanidad.
Pero es quizás el proyecto de la Ville Radieuse de Le Corbusier, cuyo nombre delata la llegada de la era atómica, el dogma de fe del racionalismo.
La ambición sin límites del paradigma racionalista no tenía intención de respetar ni tan siquiera el centro de una de las ciudades más emblemáticas de la vieja Europa. París.
Nunca llego a ejecutarse. Aunque sirvió de modelo fiel para otras ciudades nuevas y los ensanches de las existentes.
Algunos años después, hacia 1.971, la rémora de esas lineales medidas higienistas dieron al traste con uno de los edificios civiles más importantes de Paris. El mercado de Les Halles.
Aun hoy en día se puede sentir una cierta nostalgia en la ciudad por esta construcción perdida.
Fue quizás la toma de conciencia colectiva de que todo el camino recorrido no había sido tan ancho y derecho.
Evidentemente este paradigma de modernidad ha resultado ser una utopía.
En la actualidad consideramos una rareza y un privilegio los pocos casos aislados de ciudades que han conservado sus cascos históricos reconocibles. Suelen ser un destino turístico muy valorado.
Una secuencia lógica del crecimiento urbano en el tiempo que generalmente se ha producido por motivos casuales.
Desde mediados de los años setenta del pasado siglo XX algunos movimientos culturales se han detenido un instante y retrocedido la vista hacia atrás.
Un ligero atisbo de romanticismo hizo meditar a la sociedad.
Con la cierta distancia que da el tiempo no es difícil apreciar que este hecho tiene su origen en la profunda crisis energética que sacudió al mundo hacia mediados de los años setenta.
El hombre empieza a pensar que la ciencia podía no ser capaz de resolver todos los problemas.
La compleja situación política desemboco en la pérdida del control de la fuente de energía que movía el mundo.
El petróleo.
El petróleo.
Algo insospechado, podía faltar, y no solo eso, además es un potente contaminante. Empezamos a oír hablar del Medio Ambiente.
Incluso un famoso cantante brasileño quería ser civilizado como los animales.
Este simple fallo en el engranaje de la maquinaría que movía el mundo fue el detonante de toda una serie de manifestaciones que tenían como objeto una cierta nostalgia de un mundo perdido.
La arquitectura también se resiente, uno de los grandes maestros racionalistas Philip Johnson destruye el mito.
Su edificio, el AT&T Building, consolida un nuevo movimiento arquitectónico, tan fugaz como intenso. El postmodernismo.
Este nombre, aparentemente pueril, esconde un cambio profundo y drástico.
Ya nada fue igual.
Desde la propia Italia, cuna de tantos paradigmas arquitectónicos se consolida esta revolución.
Empezamos a convivir con las milenarias cornisas dóricas y arcadas.
De nuevo el neoclasicismo reaparece en nuestra iconografía cotidiana.
EL TEATRO DEL MUNDO EN VENECIA. ALDO ROSSI. 1.980 |
El cine empieza a mostrar ambientes de siglos pasados con una pulcritud nunca vista. Los atrezos se vuelven exigentes y ambiciosos, surge un rigor por la recreación de otras épocas.
Es quizás de entre todos el cineasta italiano Luchino Visconti quien resulta más exacto. Su película Confidencias resume a la perfección como piensa el mundo.
La reforma de un viejo piso contrasta lo tradicional con lo moderno. Sus protagonistas, un nuevo concepto de relación familiar, con una nueva moral y su nueva estética, deciden alojarse en un edificio antiguo.
Todo el espectro de formas de vida antiguas vuelve a nuestro mundo.
La literatura, la pintura. Se desempolvan viejos atrezos de los teatros de ópera, sus coreografías y vestuarios. Se trascriben recetarios de cocina olvidados, fascinan las viejas historias románticas. Los cineclubs proyectan ciclos de antiguas películas. La moda se vuelve ecléctica.
Muchas imágenes del pasado empiezan a resultarnos familiares.
Muchas imágenes del pasado empiezan a resultarnos familiares.
La misma esencia del Beaux-Arts de los grandes maestros racionalistas vuelve a ser considerada. El propio movimiento racionalista y sus derivados forman parte ya de la historia de la arquitectura.
La humanidad recapacita, hay una mirada profunda hacia la tradición, surge un nuevo eclecticismo inteligente y culto como verdadera identidad de la nueva vanguardia.
Aún está con nosotros.
Las nuevas tecnologías cotidianas nos han acercado un poco más a todos y somos capaces de comunicarnos con un lenguaje versátil y cosmopolita.
Y esta comunicación mundana y coloquial ha sido capaz de reflejar este momento cultural que nos rodea y ha creado una palabra exacta que define a esta nueva moda.
A todo esto lo llamamos Vintage.
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